domingo, 10 de enero de 2010

172



Un niño en las rodillas de su padre estiraba ansiosamente los brazos , al mismo tiempo que elevaba la barbilla para mostrar el infinito y así responder a la pregunta ¿Cuánto quieres a papá?.
Por suerte, ha día de hoy, solo los seres más queridos son capaces de medir los sentimientos ¿o no?.


Hoy se mide todo, no se deja nada al azar, esta todo calculado. La distancia, en metros, los segundos que tardas. El agua en litros, cuanto recorre, litros por segundo que pasan, etec, etec. Estamos en un mundo calculao, hasta tal punto que desde arriba te alumbran y saben lo que mides, lo que pesas, cuentean tus palabras, tus pasos, tus hechos. Estamos todos medios.

Yo desde hace tiempo no me había medio. Fue una oscura tarde, de un casi día de Navidad, cuando quise probar un medidor. Los inicios no pudieron ser menos alentadores. -Estás fondón-. Comentario que justificaba el estirar la correa para darla de sí y que me llegara.

Ya puestos y armaos, aunque algo apretao. Me indican el botón. –Tú le das, y ya está-. Y cuando acabe, – pues lo mismo, apretas y ya está-.

Aprovecho el momento para tirar la bolsa con “fácil cierre” al contenedor. Miro a lo lejos, aunque poco veo. Miro la muñeca, pienso cuanto tiempo la he llevao desocupa. Pulso y ale “a correr”.

No voy a decir que fue un “a correr a contrareloj” pero, vamos que, aprovechando las iluminarias de las farolas, comienzo a realizar un autómata movimiento. Aproximar la muñeca a mi vista y la vista a la muñeca. Pronto me dejo llevar por las maravillas de la técnica y no a pocas farolas leo 130, luego 140 y unas sube y baja entre 150 y el 140ypocos.

Dejo de oír sonidos, dejo de pensar, sin darme cuenta mi objetivo pasa por la siguiente farola. Penumbra casi oscura, iluminación tenue, luz, farola, levanto la muñeca, bajo la vista y de manera rápida veo que estoy por el 160. No sé si es bueno o malo, pero comienzo a tener la sensación de aquel comandante que bajo el poder de su alta responsabilidad y ante la misión secreta debe probar la robustez de la maquinaria que le llevará a la gloria.

No hay tiempo para pensar, sólo farolas para mirar. Parece que los músculos han cogido tono. Es el momento clave. Quiero llegar cuanto antes a las farolas. Zarandeo los brazos, parece que levanto las rodillas, pongo la vista a una distancia corta y venga “a correr”. 167, 169, 170 y subiendo.

Mantengo lo que puedo y hasta donde siempre acabo. Estamos en 172 pulsaciones y una distancia de 6 km y 900 metros.

Hace tiempo que no me había puesto un reloj, desde luego que, más hace que no he querido saber cuánto tardé o si he bajado de el tiempo. Pero esta vez, la maldita tecnología ha aprisionado mi tórax y mi muñeca para controlarme todo, para medirme y calcularme. Mejor parar porque lo mismo me hace un perfil que me explica lo que es inexplicable.

La experiencia ha sido curiosa, los resultados le pueden valer a cualquier experto medidor, que al final elabore una categórica: “este es…”.

Para mí, lo preocupante de esta prueba tan tecnológica es que mi mente no ha divagao, no ha pensao y si ha ido de farola en farola, como una borrachera en toda regla.

Esta experiencia aquí la cuento y aquí la aparco. Yo seguiré a mi ritmo a mi trontón. Seguiré ande quiera, con quien quiera y hare cuanto quiera en toda regla. Lo de medir se lo dejo a otros, porque a lo mejor es su oficio que le da beneficio. Mi última medición me ha dado 69 pulsaciones de inicio, progresión hasta acabar 172 pulsaciones, con una distancia de 6 km. 900 metros.

Si alguien a estos números les quiere poner un nivel, para luego sentenciar. Pues que lo haga.