domingo, 8 de junio de 2008

Sin Prisas

Era de esos primeros días de primavera, cuando apartamos de repente la tercera y segunda capa, pensando que hasta el otoño no la volvemos a utilizar.

Casi todas las primaveras ocurre lo mismo, sufrimos de la prontitud del deseado buen tiempo. Ese día, todo estaba tranquilo, mi paso mecánico era pausado y lento. No tenía prisa, extrañamente me sobraba el tiempo.

Se aproximaba un paso de cebra, voy en segunda, sin prisas. Extraño, en una ciudad donde todo parece un bosque de prisas, donde la distancia es una hora, donde el tiempo es una hora, donde el agobio es una hora. Todo es o esta a una hora.

Por la acera de la derecha vienen dos personas, van tranquilas, sin prisas. Levanto el pie del acelerador, el vehículo va disminuyendo velocidad. Está calculado al llegar al paso de cebra estará casi detenido.

Siguen al mismo paso, no miran, mantienen el ritmo, su vista la tiene situada a tres paso por delante de su caminar sin prisas. Están convencidos de que hoy este lugar urbanita, esta sin prisas. El coche se para. Mi vista acompaña a esas dos figuras sincronizadas. No hablan, sólo andan. Comienzan a bajar de la acera, pisan las marcas blancas. Mi mirada los sigue: pantalón corto, camiseta, en la camiseta llevan un dorsal, sus números son el ochocientos y pico, cada uno en la mano izquierda llevan una bolsa. Siguen cruzando. Sigo mirando.

Su andar, su mirada, su ropa, su dorsal, su bolsa, su reto,… son de atletas populares.

Sigo. Paro el coche. No importa donde lo dejo, hoy las calles están sin prisas.