viernes, 4 de febrero de 2011

es cosa de locos



En tan corta distancia han sido varias las veces que, mediante acto reflejo, la he vuelto a echar al hombro. Hago un movimiento de hombros hacia arriba para sostener la correa, al final opto por asirla con la mano y casi tocando el suelo, abro la puerta y entro.
Se agradece el calorcillo. Las temperaturas están en su punto medio, ni frio ni calor, cero grados. Siempre cuando voy abrir la bolsa me repito lo mismo, ¿por qué no me gaste unos eurillos más? Siempre la bolsa se hace un gurruño y no hay por donde cogerla.
Saco una, dos, tres capas, orejeras, pasamontañas, guantes,… Lo tengo amontando para, de manera mecánica, ir poniendo cada una de sus piezas; un último ajuste de cremalleras, tapabocas y orejeras. Nada más salir a la intemperie al mismo tiempo por la espalda se dibuja un helador frio, agito las manos y subo las rodillas. Lo sé – todo es empezar-.
Cruzo las calles y enseguida noto el frio por los resquicios que asoma entre el ropaje. Las gafas se empañan y automáticamente con un leve movimiento de mentón las narices asoman al aire. Todo queda en penumbra, el suelo se vuelve crujiente, su sonido se hace retador. El ritmo como siempre al tronton, pero… ¡que leches!, me siento libre y me encuentro a gusto.
Un hombre enfundado pasea a su perra suelta, otra mujer enfundada pasea a su perro suelto. Cada paso cruje y entona su música. Suena a reto. El vaho exhala a la atmósfera, las narices adquieren tonos rojizos, las orejaras mantienen los apéndices en un frescor tolerables y el cuerpo rompe en un leve sudor.

Respiro, disfruto de mis pasos, me encuentro en mi atalaya que me ofrece un paisaje de bosques oscuros con fondos de luces. Es mi reto y ello hace que sea también mi momento. ¡Quizás! Sea el único momento que sea sólo mío.
Como he dicho salir a correr en estas condiciones y a estas horas es sólo cosa de locos.