No te deja de sorprender cuando avezados entendidos
argumentan sus teorías de lo que hace años pudo ser. Nacidos para correr, es un
libro que me ha sorprendido y McDougall nos introduce en como hace millones de
años, cuando el animal erguido no tenía armas de caza, para procurarse las proteínas necesarias, que aportaron la dieta
que no sólo fue capaz de ir moldeando nuestra fisonomía y fisiología, sino
también nuestro cerebro.
Como animal homínido, desprendido de
pelaje y dotado de un singular sistema de refrigeración, que lo diferencia del
resto de los animales. Si a esta peculiaridad le añadimos la capacidad de unos
pies, con una arquitectura perfecta que ofrece la adaptación y amortiguación al
conjunto del esqueleto en sus desplazamientos, ante esta perspectiva el homo
erectus utilizó como primera arma para obtener la alimentación carnívora: La
caza por persistencia.
Homínido y cuadrúpedo se enfrentan en una
inquietante batalla por la supervivencia, donde la resistencia del primero
deberá hacer frente a la velocidad del segundo. Los animales de cuatro patas
necesitan parar con el fin de iniciar un periodo de refresco, donde
desprenderse de la elevada temperatura corporal adquirida durante el esfuerzo
desarrollado; el mecanismo de su cuerpo le impide refrigerarse estando en
continuo movimiento. El homínido, utiliza su sistema de refrigeración para
regular su temperatura corporal sin parar, y además tiene la posibilidad de
utilizar sus dos manos para procurarse la bebidas durante las largar horas de
caza por persistencia, que deberá finalizar con el alcance de la presa por
agotamiento.
Antropólogos y etnógrafos ven con buenos
ojos estas teorías, donde comenzó la evolución de aquel homo cazador y
recolector.
Aquel instinto de supervivencia, se quedo
incrustado en algún recóndito lugar de nuestro cerebro, que hoy en día y
sometidos a nuestra disciplina, nos hace capaces de desplazar kilómetros y
kilómetros bajo nuestra única voluntad de mover nuestro cuerpo y transformar
nuestro ancestral necesidad de supervivencia en unos únicos momentos de placer
y disfrute.
“Correr nos hizo humanos”.
Aquellos días la ciudad se movía entre las
sombras, era extraña, rara, difícil de entender. Su mundo me quería atraer,
pero resurgían angustiosas dudas. Solamente me deje llevar aquel único momento
en que mi cuerpo extrajo el primigenio instinto de supervivencia, y desde la
persistencia de tener siempre un espacio en la maleta, donde acoplar un par de
zapatillas, me ofreció la posibilidad de meterme en aquella ciudad, haciendo
desaparecer cualquier sombra de duda.
JMR
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