Yendo por donde la tierra se
abre, flanqueado por desfiladeros de paredes verticales, allí donde las hoces
de Priego y Beteta dejan surcar el sonido del agua. Tras traspasar la tierra de
mimbres, surge Cordono. Vega de descanso, lugar donde las armas se velan, en
espera de la batalla que creará la leyenda.
Las vistas de los cerros, se
esconde bajo las nieblas de las mañana, una ligera llovizna parece extenderse
en temporal. Despacio y bajo intercambio de pareceres, se sitúan prendas,
complementos y estrategias (Menos mal
que me puse antiparas, o se dice polainas).
El crepitar de la leña se
entremezcla con el trasiego de entrega de dorsales, en las afueras y tras el
filtro calorífico de los cristales, se percibe el devaneo de atletas, que en
baile de amoríos preparan el asalto definitivo.
No acaban de pasar los primeros
metros, cuando se comienza en lenta subida. El grupo ligeramente apiñado,
aprovecha para estirarse. Trato de
aguantar el tipo, para subir y subir. Da comienzo una amplia senda forestar,
entre la tierra, surge el barro que mezcla el agua y la nieve, salteado por
colorineros corredores. Todo un espectáculo que muestra un telón de blanco
fondo, que abre un surco, que sube y vuelve subir.
Cerro San Felipe, 1840 metros. El
espacio natural del Nacimiento del río Cuervo en su máxima expresión, donde la
ventisca arrecia y un camino abierto por pisadas entre hielo, nieve y piedra
indican una bajada.
Los senderos precipitan la
bajada, con el acierto de algún “ramazo”. Los pies se debaten en saltos para
alcanzar cuanto antes la meta, mientras alguna voz que otra te retornan al
camino, que por descuidos los haces equívocos.
Suelo de madera, escalones, agua
en cascada, sonido, Monumento Nacional Nacimiento del Río Cuervo,… la meta esta
a la vuelta. Cansancio y euforia.
JMR
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